lunes, 23 de mayo de 2011

Demasiados pensamientos

Émile Durkheim, En su libro El suicidio: un estudio sociológico (1897) analiza los fundamentos de la estabilidad social a partir de los valores compartidos en la sociedad, como la religión y la moralidad. Aunque explica el suicidio como el fracaso del individuo para integrarse en la sociedad, ofrece algunas razones para aceptarlo.
Subraya la validez del acto: “el hombre que se mata no daña más que a sí mismo, y la sociedad no tiene por qué intervenir”.
Sin embargo, el suicidio tiene la posibilidad, en ocasiones muy alta, de afectar a las personas cercanas al actor y de generar culpa. Incluso en los casos en que el acto se debe a problemas relacionados con “locura”, el deudo suele autoculparse por no haberlo impedido, por no haber estado presente “lo suficiente”, por no haber aclarado determinados tópicos.
Esa culpa suele permanecer mucho tiempo y ser causa de agobio. Desde esa perspectiva, muchos opinan que el suicidio y la autonomía expresada en el acto atentan contra la moral porque dañan a terceros. Otros opinan distinto. Sugieren que el suceso, aunque sea muy doloroso para los seres cercanos, es lícito, ya que la persona lo hace siguiendo sus propios intereses y supone un bien para él. Es decir, se adueña de su vida. Adueñarse de la vida debería ser sinónimo de adueñarse de la muerte y debería significar, asimismo, el fin de una existencia destrozada, donde el dolor y el sufrimiento, propio y ajeno, sepultan la paz, propia y ajena.


En estas ponencias (si; ponencias, como ponen huevos las gallinas) está muy bien visto que una haga alarde de lecturas comprometidas y que hable desde un backstage completito.
Siempre se empieza citando a Lévy-Bruhl, y a Durkheim, como señeros de la antroplogía.
Entonces se privilegia a la mentalidad prelógica de los primitivos(sic), y la anomia, la ausencia o pérdida de las relaciones sociales, como factores patógenos, junto con la interpretación marxista de los fenómenos psicopatológicos, donde la dolencia individual es un reflejo de los conflictos socioeconómicos de la sociedad enferma.
Pero el dolor escapa del pensamiento.

Y yo, que pienso y pienso, me dejo lentamente ahogar por las lágrimas.
Merceditas, no sé porque lo hiciste.
Yo era tan feliz con vos.

En términos matemáticos precisos, 1+1=2, donde "=" es un símbolo que significa "rara vez, si acaso".
Esta irracionalidad absurda, este pensamiento poderoso me amilanó.
Nunca pensé que te ibas a suicidar.
Tal vez te veía como dice tu hermana tras un velo, una idealización; dice también que estoy haciendo duelo por la hija que creí tener.
Y está la historia.
Tu hermana parece por momentos la historiadora oficial de la familia.
Y de la historia según tu hermana se desprende que vos siempre fuiste una temeraria buscadora de límites.
Una Indiana Jones de la muerte.
Querida mía, comprendo que todos los psicoanalistas del mundo atribuyen tu muerte a un abandono de mi parte.
A una herida infligida por mí, tu madre, la devastadora.
La dadora de muerte. Lo comprendo intelectualmente.
Pero en mi corazón sé que fuiste la mejor parida. Y que tal vez por eso siempre confié en tu capacidad de supervivencia. Me equivoqué fatalmente.
Tu vida no era apreciada por vos, morir fué menos doloroso que seguir viviendo. Y yo queriéndote a mi lado, sea como sea.
Perdón.

“DEMENTE, adjetivo. Afectado por un alto grado de independencia intelectual; no conformando los estándares de pensamiento, lenguaje y acción derivadas por los confortantes del estudio de ellos mismos; en desacuerdo con la mayoría, en resumen, inusual. Es significativo que las personas son nombradas dementes por instituciones oficiales que  certifican  que ellos mismos son cuerdos…”

-- Ambrose Bierce, "El Diccionario del Diablo"

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